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La historia más triste

En los últimos días he recibido muchos correos preguntándome sobre los cursos que impartimos este año. Uno de los comentarios más frecuentes es que” el curso Transforma tus Pérdidas tal vez sea demasiado pesado o negativo, ¿sería posible que brindes algo más liviano o inspirador para empezar el año?”Comprendo el motivo del comentario – nadie quiere anotarse en una clase deprimente o que revuelva nuestras heridas. Pero Transforma tus Pérdidas no es eso, sino todo lo contrario. Es un curso muy positivo, y si me regalas un par de minutos ahora te cuento por qué. No es una historia que yo comparta frecuentemente…

La foto que estás viendo aquí arriba fue tomada un enero hace mucho tiempo, en el día de mi cumpleaños. Yo cumplía 10 años, y la niña que ves en mis brazos era mi hermanita Isabel de 2 años. Como éramos una familia grande, yo ayudaba mucho a cuidarla y nos teníamos gran afecto, creo que se puede ver claramente en nuestros gestos.
Pues bien, dos meses luego de tomar esa foto mi hermana Isabel estaba muerta. No sólo eso: fui yo quien la encontró sin vida, un hecho que me marcó para siempre.

Eran los años 80, por aquellas épocas no había gran conocimiento de la psicología del trauma, y lógicamente la atención de mi familia fue en torno a su fallecimiento; es decir, a nadie se le ocurrió que yo estuviese traumatizada. Ya bastante tenían mis parientes con intentar salir adelante después de esta tragedia. Para mí, sin embargo, todo esto tuvo consecuencias devastadoras: comencé con conductas compulsivas (me lavaba las manos cada cinco minutos), mutismo selectivo (que fue interpretado como timidez adolescente) y episodios de ansiedad. 
Como además mi madre estaba sumida en una depresión, nadie supo acompañar este proceso, un espiral que continuó más adelante con desórdenes alimenticios (que tampoco nadie notó) hasta mis 20 años. De todo esto me di cuenta más adelante, porque cuando vives algo así y no tienes apoyo psicológico, no eres consciente del impacto que tiene sobre ti.

No te cuento esto para decirte lo triste que fue mi vida, sino todo lo contrario: cuando finalmente tuve las herramientas para trabajar ese trauma, las dificultades que estaba experimentando comenzaron a disolverse y mi vida cambió. Fue un proceso largo, a través del cual aprendí muchísimo sobre mí misma, sobre las culpas y miedos que estaba acarreando sobre mis pequeños hombros, sobre la importancia del auto cuidado y de la auto compasión. Aprendí además que esa historia tan triste era en realidad mi super poder: ahora yo sabía lo que era tocar fondo, pero también había aprendido cómo volar alto con mis propias alas. Y a partir de ahora podía despegar vuelo.

Años más tarde me especialicé en Psicología de la Nutrición, y profundicé mis conocimientos en la relación entre ansiedad, sobrepeso, alimentación desordenada, traumas y pérdidas. Lo más interesante era que, cuantas más clientas veía, más me daba cuenta de que muchas de sus problemáticas tenían raíces en situaciones de pérdidas.
Tal vez ellas no habían experimentado algo tan extremo como yo, claro, pero sí se habían expuesto a vivencias que todavía las afectaban y ellas ni siquiera se daban cuenta. 
Mis clientas no lograban ver la relación entre estos hechos y su bienestar actual, su sobrepeso, su ansiedad… es más, muchas veces yo sólo me enteraba de esas pérdidas luego de meses de trabajar juntas. Un desengaño de pareja, una madre deprimida, un padre ausente, un aborto, la ruina económica, la adicción de un ser querido, un cáncer de mama, un hijo con autismo, emigrar de su país… 

las pérdidas, por más pequeñas que sean, necesitan ser reconocidas y trabajadas. Este proceso no tiene por qué ser agobiante ni pesado: es más, si es guiado correctamente
sé que puede ser una experiencia positiva y enriquecedora. 

Si sigues mi trabajo ya sabes que hago todo con mucho afecto, con honestidad y con gran compasión. Ese es mi estilo. No podemos sanar una herida si le seguimos poniendo sal… el super poder para sanar las heridas es atenderlas con cariño, con cuidado y con respeto. Por eso he diseñado un curso en el cual, a lo largo de seis módulos, trabajamos positivamente nuestras pérdidas. Para que se conviertan en tu super poder y tú también despegues vuelo. 

El nuevo curso inicia este viernes 8. El miércoles 6 estaré contestando tus preguntas por Zoom – si tienes dudas sobre el contenido, si quieres saber si este curso es adecuado para ti o si sólo quieres compartir algo conmigo, simplemente déjame unas palabras aquí debajo. Siempre leo todos tus mensajes y valoro mucho tus comentarios. 

La primera dieta

Para quienes tenemos hijas, existen momentos que definen nuestra maternidad: la primera vez que dicen “mamá”, el primer diente de leche caído y, más adelante, el primer día de escuela. A medida que las niñas crecen y que se aventuran en el mundo de la adolescencia, llegan también otras “primeras veces” que nos causan más ansiedad y algo de miedo: la primer discusión grande con lágrimas y portazos, la primera salida sin un adulto acompañante, y tal vez el primer noviecito.

Como madres responsables, tratamos de aprender distintas formas positivas de navegar estas situaciones. Especialmente nos preocupamos del tema sexualidad, de la influencia del alcohol y las drogas, y del fluctuante rendimiento escolar.

Hoy me gustaría introducir otra primera vez que a muchas mamás se nos pasa por alto: la primera dieta.

Para la mayoría de nuestras hijas, la adolescencia es un período de cambio acelerado, que en muchos aspectos implica re descubrirse y re dibujar su existencia. El cuerpo cambia y comienza a regirse por los ciclos hormonales, que traen consigo no sólo la aparición del período menstrual sino también las curvas femeninas.

Esta nueva imagen sinuosa es recibida con mucha ambivalencia: por un lado nuestras hijas quieren explorar lo que significa ser mujer, y por otro lado le temen al poder de la sexualidad y de lo femenino. Es por eso que las vemos un minuto maquillándose frente al espejo, y al momento siguiente abrazando a su osito de peluche tiradas en el sofá.

Semejante tipo de reacción es comprensible, puesto que a nivel social los mensajes que enviamos a nuestras hijas son muy contradictorios. Si bien nosotras las alentamos y les decimos que pueden estudiar lo que quieran, que no necesitan casarse o tener hijos y que son hermosas con el cuerpo que ya tienen, existen muchos otros mensajes que tal vez no verbalizamos pero que se los damos con nuestro ejemplo.

Nuestras hijas perciben mucho más que nuestro discurso oral: ellas ya están acostumbradas desde niñas a oir los desafíos que nosotras mismas tenemos con el rol de lo femenino, y especialmente con nuestra propia imagen. Durante años han notado cuando le decimos a una amiga que ya no cabemos en los jeans, cuando servimos postre a toda la familia pero nosotras no lo comemos, cuando vamos a la playa y ocultamos nuestra figura debajo del pareo. Todos esos elementos son absorbidos en silencio y, llegada la adolescencia, nuestras hijas se inician también en ese mismo campo conflictivo.

Por eso, para muchas jóvenes, el rito de pasaje femenino por excelencia es la primera dieta: es señal de que su cuerpo está cambiando, que ya no tienen el físico de una niña y que su sexualidad ya se insinúa. A veces, las mamás incluso promovemos esa primer conducta alimenticia distorsionada. Tal vez porque pensamos que nuestra hija está un poco redondita y le queremos hacer un favor, pero por lo general estamos haciendo más mal que bien. Queremos que nuestras hijas se ahorren desde ya todos los problemas que nosotras hemos tenido con nuestro propio cuerpo, y proyectamos nuestros miedos y nuestros desafíos propios en su relación con la comida.

Es importante comprender que una dieta no es una solución, sino que se trata del primer comportamiento problemático en torno a la alimentación. Estudio tras estudio demuestra que las dietas no causan desórdenes alimenticios, pero que todas las mujeres que padecen de alimentación desordenada han hecho dieta.

Como profesional, no me canso de decirle a las mamás que ellas no les comprarían cigarrillos ni vodka a sus hijas, ni les prestarían el auto a una niña de 13 años; pero si la hija les dice que quiere hacer dieta, inmediatamente salen al supermercado a comprar comida “más sana” y comienzan a contar las calorías.

Es aquí donde me gustaría sugerir una ruta alternativa para todas las mamás preocupadas: no nos centremos en el peso ni en la imagen de nuestras hijas, sino en su estado de salud. Si nuestras hijas tienen curvas pero buen nivel de energía, si no hay condiciones físicas apremiantes ni complicaciones digestivas o de otra naturaleza, no es necesario hacer dieta. Y si existen enfermedades o síntomas problemáticos, entonces lo fundamental es hablar con un profesional capacitado que nos ayude a crear una alimentación saludable y balanceada, pero no restrictiva.

Crecer es difícil, tanto para las niñas como para las mamás, pues ambas estamos aprendiendo a navegar los cambios en nuestros cuerpos y en nuestras psiquis. Cuando decidimos hacerlo con una actitud positiva, centrándonos en cómo nos sentimos y en lo que nuestro cuerpo puede hacer en vez de en cómo se ve para los demás, entonces ya estamos dando juntas el primer paso saludable en esta jornada de descubrimiento.

 

 

 

 

 

 

 

 

Errores alimenticios

Según las estadísticas médicas, los desórdenes alimenticios van cada vez más en aumento. Afortunadamente, existen cada vez más fuentes de información y centros de ayuda para quienes los necesitan. Pero pese a este auge de apoyo, todavía corren nociones equivocadas sobre lo que son los  y sus consecuencias. Hoy queremos ayudarte a reconocer los errores más comunes que circulan en las redes:

1. Para tener un desorden alimenticio hay que estar muy flaca o muy gorda

Esto no es así: el peso puede ser un indicador de la existencia de un desorden alimenticio, pero no es el único factor, ni tiene por qué ser un factor decisivo. Por ejemplo, una persona que sufre de bulimia puede tener un peso absolutamente normal pero tener un desorden alimenticio avanzado. Y una persona  anoréxica puede tener sobrepeso, aunque nos cueste hacernos a la idea. Hay muchas personas que hacen dietas extremadamente restringidas y si no reciben ayuda a tiempo el desorden puede avanzar. O sea,  si nos guiamos solamente por el peso habremos perdido la oportunidad de brindarles muchos meses de tratamiento. El indicador principal en un desorden alimenticio no es el peso, son las conductas. 

2. La culpa del desorden alimenticio la debe tener la familia

Apuntar el dedo y buscar “culpas” no ayuda al proceso de recuperación… en vez de buscar culpables es mejor reconocer que en los desórdenes alimenticios hay condiciones neurológicas complejas en las cuales influyen muchísimos factores, entre ellos la familia. Una persona puede tener una familia cariñosa y solidaria, y sin embargo desarrollar un desorden alimenticio. En ese caso, la familia puede transformarse en uno de los principales aliados en su recuperación, y varios centros de terapia no dudan en reclutar su ayuda. Nadie es culpable de un desorden alimentico, pero el rol de la familia es vital en el proceso de recuperación. 

3. Una persona con un desorden alimenticio puede vivir una vida normal

Este punto es algo complicado, porque alguien puede estar recuperándose de un desorden y en ese caso estar viviendo una vida en la cual el alimento ya no tiene un rol tan preponderante. Pero una persona con un desorden alimenticio que no está siendo tratado puede “esconder” bien o saber disimular su condición, y entonces desde afuera nos parece que todo está bien (recuerda que el peso no es el principal indicador de un desorden). Mientras no se reciba ayuda, debemos ver al desorden alimenticio como una crisis que interrumpe y desintegra nuestra vida personal y nuestro medio. Por eso es fundamental buscar y proporcionar ayuda. Por más bien que alguien disimule su condición no se trata de una condición normal, y se necesita ayuda profesional para superarla. 

4. Un desorden alimenticio es una elección personal

Comer o no comer, vomitar o no vomitar, no son “elecciones personales”  y por lo tanto no pueden ser solucionadas con fuerza de voluntad. Quienes desconocen los factores biológicos y neurológicos de los desórdenes alimenticios creen que alcanza con “dejar de hacer dieta” o “dejarse de pavadas”. Quienes sufren de un desorden y no son conscientes de ello pueden decir frases como “es que no me apetece, no tengo hambre” o “es mi vida y hago lo que quiero”.  Pero es más complejo que esto. Los desórdenes alimenticios están catalogados como enfermedades mentales: de la misma forma que nadie elige estar deprimido y necesita ayuda profesional, nadie “elige” un desorden alimenticio. 

5. Sólo a las “chicas bien” les pasan estas cosas

Les pasa a las chicas, a los chicos e incluso a ancianos: los desórdenes alimenticios no conocen barrera de sexo, edad ni condición social. Una persona de cualquier raza, peso y orientación sexual puede desarrollar un desorden alimenticio. Por ejemplo, se estima que 1 de cada 10 afectados son hombres, y dentro de este grupo, no hay preponderancia de orientación homosexual. Los desórdenes alimenticios no discriminan: le pueden pasar a cualquier persona. 

6. Tener un desorden alimenticio no es tan grave

Los desórdenes alimenticios crean una situación de trauma nutricional en nuestro cuerpo, y este estado biológico alterado puede generar complicaciones médicas graves. Y aparte de los riesgos a nivel físico hay riesgos a nivel emocional. La tasa de depresión y suicidio dentro de los afectados es mucho más alta, para dar un ejemplo. Los desórdenes alimenticios pueden no parecer graves al principio, pero se transforman rápidamente en condiciones muy serias. 

7. Los desórdenes alimenticios son genéticos

Los desórdenes alimenticios tienen una base genética y biológica, pero la genética de por sí no determina quién desarrollará un desorden y quién no. Las investigaciones en este campo indican que el entorno y la historia personal también juegan un papel importante en el desarrollo de estas condiciones. Por eso el tratamiento se realiza con un equipo profesional inter disciplinario, que incluye desde psicólogos hasta nutricionistas y doctores de medicina general. Lo importante no es buscar el origen del desorden, sino tratarlo. 

8. No es posible recuperarse de un desorden alimenticio, al menos no del todo

Sí es posible recuperarse de un desorden alimenticio, especialmente si la persona afectada recibe tratamiento apenas lo desarrolla. Por eso es fundamental la detección temprana y la intervención profesional. Si crees que alguien que tú conoces esté afectado por un desorden, no dudes en expresar tu preocupación y ayudarle a buscar apoyo profesional. El mejor momento para comenzar a sanar de un desorden alimenticio es ahora. 

¿Detox o dieta? Reconoce la diferencia

Existen distintos motivos por los cuales una mujer quiere hacer un detox. A veces es simplemente para sentirse mejor, tener más energía y ponerse en contacto con las sensaciones del cuerpo. Otras veces el foco es la sanación, intentar eliminar una alergia o buscar alivio en el padecimiento de una enfermedad. Y otras veces es desintoxicar al cuerpo de patógenos, químicos y otras sustancias que se van acumulando en nuestro órganos a lo largo de nuestra vida.

Pero ¿qué ocurre cuando el foco es perder peso? Si hacemos un detox, ¿significa que automáticamente estaremos bajando unos kilos? ¿Y cómo saber si lo que estamos haciendo es realmente un detox, o si se trata de una dieta disfrazada de detox para engancharnos?

Para que puedas evaluar mejor a la hora de elegir un programa que se ajuste a tus necesidades, vamos a enseñarte cuáles son las principales diferencias entre dieta y detox.

Como tal vez ya sepas, la palabra “dieta” tiene muchas acepciones, que van desde “estilo de vida” a “restricción de alimentos”. En este caso, estamos haciendo referencia a las dietas restrictivas, que son dietas hipocalóricas.
El foco de esas dietas es perder peso, normalmente en un período de tiempo bastante intensivo (desde 7 a 21 días). El motivo por el cual estas dietas duran tan poco es porque para tu cuerpo puede ser fácil perder unos kilos en pocos días, pero es muy difícil mantener ese nivel de nutrición bajo y de pérdida de peso a largo plazo. Por eso la mayoría de las mujeres que hace dieta logra el resultado inicial, pero no logra el beneficio a largo plazo.

Además, en el caso de las dietas hipocalóricas, la restricción de alimentos tiende a ser completamente arbitraria: por ejemplo, comer solamente cítricos, eliminar completamente ciertos grupos alimenticios (todos los carbohidratos, proteínas animales) sin ofrecer gran explicación científica de por qué (¡cuidado! Muchas veces las explicaciones parecen científicas, pero no tienen una base medicinal real).
Por lo general, se pide que se acompañe la dieta con un plan de ejercicio intensivo, que normalmente lleva a un estado de shock metabólico. Este shock hará que bajemos de peso las primeras semanas, pero evitará que sigamos bajando de peso pasados esos 15-20 días del plan, o nos llevará a tener atracones y problemas emocionales con la comida.

Los programas detox son muy distintos en su enfoque. Ellos no tienen por qué ser hipo calóricos, pues bajar de peso no es su motivo fundamental. El foco del detox no es caber nuevamente en el viejo par de jeans, sino eliminar fuentes de inflamación de nuestros tejidos y órganos vitales. Estas sustancias nocivas provienen de toxinas medioambientales y de productos que consumimos (antibióticos, lociones, maquillaje, comida), y se acumulan en nuestro cuerpo con el paso del tiempo. Para restaurar el balance, las dietas detox sí tienden a darle un respiro al sistema digestivo, ya sea a través de la incorporación de batidos, jugos y tés, por lo menos por la mañana, pues así se facilita el trabajo del hígado y los riñones, y se estimula la eliminación.
Muchas veces es éste el motivo de la pérdida de peso durante la desintoxicación, y no necesariamente la falta de calorías o la eliminación del almuerzo y/o cena.

Los programas detox pueden exigir restricciones a nivel de grupos alimenticios, pero no lo hacen de manera caprichosa. Lo que se busca es remover solamente ingredientes problemáticos: azúcares simples, carbohidratos simples, bebidas alcohólicas, y alimentos que puedan generar reacciones alérgicas o estén relacionados a inflamación celular. Por eso también sentimos que nos “deshinchamos” cuando hacemos estos protocolos.
Una vez que el programa detox llega a su fin, se tiene extremo cuidado en la re introducción de los alimentos, pues en esta fase se evidencias las alergias y las posibles sensibilidades. Los programas detox bien hechos darán instrucciones precisas sobre cómo y cuándo re incorporar alimentos a nuestra vida diaria.

Finalmente, un programa detox bien hecho se debe realizar con un profesional capacitado y en consulta con nuestro médico, al menos para realizar análisis de sangre y estudios preliminares. El motivo es justamente el bienestar, la salud y la eliminación de sustancias nocivas de nuestro cuerpo, lo cual sólo se puede hacer de manera controlada.

Por eso es fundamental hacernos las siguientes preguntas al querer comenzar un programa:
¿Cuál es mi meta principal?
¿qué estoy dispuesta a hacer para alcanzar esa meta?
¿estoy dispuesta a comprometer mi salud, o estoy dispuesta a comprometer mis hábitos para ganar salud?
¿cuál es el aval médico del programa que estoy considerando?
¿tiene contraindicaciones, o no las mencionan?
¿tengo problemas de salud, estoy bajo supervisión médica?
¿necesito comprar suplementos e invertir mucho dinero en productos para realizar esta dieta?
¿me están tratando de vender lo que yo quiero oír, o me están ofreciendo una oportunidad de reconectarme con mi cuerpo?

A partir de estas preguntas y de las consideraciones anteriores, estarás en grado de seleccionar un programa de salud que se adapte a tus necesidades.

 

Dieta sana o desorden alimenticio

La mayoría de nosotras queremos comer de forma saludable y balanceada, y es entendible que hagamos un esfuerzo por alimentarnos de la mejor manera. Como lamentablemente en los últimos años hemos visto un gran incremento en productos alimenticios procesados, y cada vez sabemos más de la relación entre enfermedad y cierto tipo de sustancias químicas en nuestro cuerpo, es entendible que queramos evitar comerlos. Por eso cada vez son más las mujeres que eligen comer frutas y verduras orgánicas, evitar las carnes con hormonas, y llenar la despensa con alimentos de calidad y de origen controlado.

Este interés en cuidar de nuestro cuerpo y de nuestra salud es positivo, siempre y cuando sea eso: un interés y no una obsesión. En nuestra praxis vemos a muchas mujeres que se preocupan excesivamente por “comer limpio”, al punto de negarse a cenar en casa de amigos cuyos hábitos alimenticios no sean los mismos, o al punto de llevar su propia comida a todos lados. Y si se encuentran en situaciones en las que se sienten obligadas a comer (por ejemplo, un almuerzo en el trabajo), sienten luego una gran culpa por haber consumido alimentos “malos” o “nocivos”.

¿Qué hacer? ¿Cómo saber si estamos frente a un interés por mejorar nuestra dieta, o si estamos cayendo en una ortorexia u otro tipo de desorden alimenticio? Tal vez la forma más fácil de responder esta pregunta sea utilizando la regla del 80/20: en el marco de una dieta saludable, una persona comerá el 80% de veces comida sana, y el 20% restante consumirá productos alimenticios de calidad inferior. Es decir, si nos alimentamos sanamente de forma regular, siempre existe un margen que nos permite hacer una excepción – por ejemplo, comer dulces durante una celebración de cumpleaños, almorzar en una cadena de comidas rápidas con nuestros colegas, cenar tarde en un restaurant con nuestra pareja -.

La clave aquí es la flexibilidad, puesto que cuando alguien padece un desorden alimenticio sus conductas tienden a volverse rígidas, y esa zona de 20% de flexibilidad tiende a desaparecer. Entonces la persona se aísla en su alimentación, prefiere no asistir al cumpleaños que comer la torta, o no comer nada en la cadena de comidas rápidas aunque se esté literalmente cayendo de hambre. Por el contrario, una persona con conductas alimenticias sanas no siente gran culpa o ansiedad, puesto que sabe que esta comida de baja calidad es una excepción en su dieta, es parte de ese 20%, y al día siguiente (o a las pocas horas) ella retomará su 80% habitual.

Como ejercicio, te proponemos hacer una lista mental de lo que has comido en los últimos 5 días. ¿Puedes ver una relación de 80-20 en tu dieta? ¿Cómo te sientes cuando comes comida de “baja calidad? ¿Desarrollas algún tipo de actividad compensatoria (hacer más ejercicio, ayunar) para quitarte la culpa? Es a partir de estas pautas que puedes establecer cómo te relacionas con la comida, y buscar ayuda si consideras que estás cayendo en conductas problemáticas.

 

Cómo superar la alimentación desordenada

Seguramente ya reconoces lo que te ocurre: sientes que tu dieta está fuera de control, cuentas calorías y gramos de grasa, tienes miedo a pesarte, tal vez te saltees el almuerzo, comas mucho luego de la cena o estés usando algún producto laxante. Pero ¿cómo solucionar esta situación? ¿Es posible recuperarse de la alimentación desordenada? En este artículo te ayudamos a dar los primeros pasos para salir adelante.

1. identifica tus fuentes de estrés

Recuerda que los desórdenes alimenticios están formados por la genética, influidos por nuestro entorno, y más que nada activados por una situación de estrés.
La mayoría de las personas tendemos a comer mucho menos (se nos cierra el apetito) o mucho más durante una fase difícil de nuestra vida.
Por eso es fundamental que identifiques las principales fuentes de estrés que te afectan, especialmente si has comenzado a experimentar una relación distorsionada con la alimentación.

Pregúntate: ¿qué está ocurriendo en mi vida? Tal vez haya habido un divorcio, un distanciamiento con un amigo, una situación tensa en la familia o en el trabajo.
¿qué mecanismos estoy utilizando para manejar ese estrés? Lo más probable es que la comida sea el principal de ellos. Pero existen alternativas positivas que puedes explorar, como ser: masaje, caminatas en la naturaleza, hacer arte, yoga, baile, meditación, etc.

2. Busca el apoyo de tus seres queridos

Los desórdenes alimenticios se nutren de reglas rígidas y del aislamiento.
Cuando tenemos conductas destructivas en torno a la alimentación, tendemos a sentir vergüenza y a aislarnos de los demás. De la misma manera, si nuestras reglas alimenticias son muy rígidas, evitamos situaciones sociales en las cuales no podemos controlar lo que comemos, y nos aislamos cada vez más.

Por eso es fundamental que no te cierres y busques activamente el contacto social, aunque te cueste (¡no solamente las redes sociales, sino el contacto cara a cara!).
Si te animas, cuéntales a tus seres queridos cómo te sientes y lo que te está pasando en relación a la comida.
Si no, busca el apoyo de un profesional y habla con ella/él del tema alimentación… pero no descuides tus vínculos afectivos. Los necesitas.

3. Observa tus hábitos alimenticios

Uno de los sentimientos más angustiantes de la alimentación desordenada es, justamente, sentir que todo es un desorden!!! Nuestros hábitos alimenticios parecen estar fuera de control, y nos parece que la situación nos domina.

Por eso es muy importante comenzar a observar nuestros hábitos alimenticios, ya sea haciendo un diario íntimo u otro sistema similar de monitoreo (puedes usar tu teléfono móvil para hacer una breve anotación cada vez que comes, por ejemplo).

Observa cuándo tienes hambre, cuándo comes, qué es lo que comes, dónde y cómo comes (rápido, lento, parada…), si comes sola, en compañía… si eres honesta contigo misma en tu diario, vas a ver que existe un patrón.
Tal vez tengas atracones sólo por la noche, sólo comas de más cuando visitas a tu mamá, o hagas purga después de pesarte. Lo fundamental aquí es descubrir cuáles son tus hábitos, y reconocer tus patrones de comportamiento. Darnos cuenta de lo que hacemos es el primer paso para cambiarlo.

4. Sana tu trauma nutricional

Cuando pasamos por un desorden alimenticio estamos poniendo a nuestro cuerpo en una situación de trauma nutricional. Las dietas de restricción, los laxantes, el ejercicio exagerado y los atracones llevan a nuestro organismo a una situación de desbalance – y como consecuencia, sufrimos desequilibrio en nuestros sistemas hormonales, nervioso etc.

Para recuperarnos hay tres estrategias básicas que debemos seguir: realizar un plan de comida (preferentemente con la ayuda de un profesional capacitado), no saltearnos nunca el desayuno, y comer en intervalos regulares de no más de 3 horas, aunque no tengamos mucho hambre.

5. No te saltees nunca el desayuno

Ya sé que te lo acabamos de decir, pero vale la pena repetirlo… el desayuno ayuda a nuestro organismo a regular su metabolismo, estabiliza los niveles de azúcar en la sangre y nos balancea el ritmo circadiano.
Asegúrate de desayunar siempre un carbohidrato complejo con una fuente de proteína – y a las tres horas come una pequeña merienda, aunque no te estés cayendo de hambre -. Estarás recuperando así un ritmo normal de comida y evitarás hambre extremo o atracones.

6. Aprende otras formas de regular tus emociones

Si nuestra relación con la comida es saludable, comemos cuando tenemos hambre físico y buscamos estrategias de regulación emocional cuando tenemos hambre por otra cosa.

Para recuperar este equilibrio perdido, comienza a incorporar en tu vida distintas fuentes de regulación de ansiedad y estrés. Ya te mencionamos el yoga y las caminatas, pero si necesitas algo aquí y ahora la mejor estrategia es la música. Si te sientes ansiosa, nerviosa, deprimida o cansada, pon tu tema favorito y si puedes…¡canta y baila! Es la forma más efectiva de regular tu hambre emocional.
Otra estrategia es verte con amigos, abrazar a tu mascota, darte un baño relajante… la idea es encontrar actividades con las que puedas regular tus emociones sin necesidad de pasar por la comida.

… y busca ayuda profesional

Todas las estrategias que te hemos mencionado no sustituyen el apoyo de un profesional capacitado. Los desórdenes alimenticios, clínicos o sub clínicos, son un tema serio, y requieren no sólo de tu voluntad para recuperarte sino del apoyo incondicional de tu entorno.
No dudes en pedir ayuda: por más vergüenza que te dé, vale la pena hacerlo y es la forma más segura de recuperarte. ¡Ánimo!

 

 

Desórdenes alimenticios: lo que debes saber

Como prometido estamos poniendo a tu alcance un nuevo seminario gratuito sobre un tema muy especial: los desórdenes alimenticios. En esta entrega exclusiva hablamos sobre qué son los desórdenes alimenticios, cómo las teorías y los tratamientos de los mismos han cambiado durante los años, y qué características son las más críticas para detectar.

Este seminario es a título informativo y no sustituye el apoyo de un profesional capacitado.

Esperamos que este seminario te sea útil. Te agradecemos si puedes compartir esta información con personas que la necesiten, y por favor déjanos un comentario aquí debajo con tus preguntas o sugerencias.

 

 

Atención: debido al alto volumen de consultas que recibimos, te solicitamos hacer tu comentario en esta sección y no por correo personal. Siempre tienes la posibilidad de utilizar un seudónimo en vez de tu nombre. Respetamos tu privacidad y nunca publicamos las direcciones de correo electrónico de nuestras seguidoras.

Artículos relacionados: Cómo superar la alimentación desordenada y Dieta sana o desorden alimenticio

 

 

Espejito mágico…¿cuánta autoestima me das hoy?

Todos los terapeutas nos especializamos en un campo que nos interesa. Y dentro de ese campo, existen muchas áreas diversas. Cuando realicé mi especialización en Psicología de la Nutrición, originalmente comencé a trabajar en el área de alimentación desordenada, un campo fascinante y muy complejo. Pero cada vez llegaban a mi consultorio más mujeres que no padecían de desórdenes alimenticios: ellas querían bajar de peso, incluso aunque desde un punto de vista médico no tuviesen muchos kilos de más.

Tras haber trabajado con muchas clientas en esta situación, debo reconocer que una de las áreas que más desafíos plantea para las mujeres es la imagen corporal, y cómo la relacionamos con nuestra autoestima.

Hay muchísimas mujeres que no quieren perder peso para ser más flacas (honestamente tienen un peso sano, aunque no sea el peso que la televisión  y los anuncios le quieren vender), sino que quieren perder peso para sentirse bien y mejorar su autoestima. Es entonces que yo me siento obligada a hacerles esta observación: ¿cómo se relaciona tu felicidad a tu imagen? Si yo te dijera que no vas a perder un gramo de peso más por el resto de tu vida, ¿te resignarías a no ser feliz por los próximos 40 años?

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La imagen corporal es un tema complejo: vivimos en una cultura obsesionada con lo físico, con la delgadez extrema por un lado y por los excesos por el otro – excesos de emociones, excesos de consumo, exceso de calorías… No es fácil ignorar los mensajes que recibimos de nuestro medio ambiente. Pero tampoco es justo para nosotras dejar que el resto de la sociedad determine cuánta autoestima podemos tener. Por eso me gusta mucho darles este ejemplo: en la naturaleza, las flores tienen un ciclo de vida que incluye florecer, abrirse y brindar colores y perfumes. La flor tiene esa misión independientemente de lo que el resto del mundo piense de ella. Una flor brinda su belleza, su perfume y todas sus cualidades al resto del mundo porque puede hacerlo, no porque el resto del mundo la esté mirando, la quiera o le diga que es linda.

Lo mismo ocurre con nosotras mismas: la vida nos ha dado a cada una de nosotras cualidades únicas, que solamente nosotras podemos expresar. Es un regalo que la vida nos hace. Es nuestro deber (y nuestra alegría) dejar que nuestra belleza interna se manifieste en este plano físico, independientemente de lo que piensen los demás, de si ellos nos miran, nos valoran o aprueban nuestra conducta.

Por eso, antes de preguntarle al espejo qué piensa de ti, recuerda que tú tienes el poder de expresar toda tu belleza en este mundo sin necesitar la aprobación externa de alguien más. Es el regalo que la vida te hace. ¡Disfruta!

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Cómo romper el ciclo de la ansiedad

Sin duda, la ansiedad en torno a la alimentación es uno de los temas más importantes que vemos día a día. Irónicamente, la ansiedad no existe solamente en una situación específica de peso y salud, sino que se repite a lo largo de todo el espectro de peso e imagen. Es decir, si tú quieres perder peso probablemente estés ansiosa porque quieres hacerlo en determinada cantidad de días o meses y tal vez pienses que no lo conseguirás. Pero seguramente estarás convencida que, una vez que logres quitarte de arriba el sobrepeso, te sentirás mucho mejor y la ansiedad se te pasará.
ansADVwebLamentablemente eso no ocurre: en mi experiencia, tengo muchísimas clientas delgadas y de cuerpo esbelto que han logrado llegar a su peso ideal. Pero no han logrado quitarse la ansiedad de encima y, en muchos casos, su nerviosismo se ha vuelto peor. Es que ahora temen subir de vuelta de peso, tener que hacer ejercicio o dieta todos los días por el resto de sus vidas, que la ropa nueva no les quede, que sus amigas se piensen que son unas flojas si ganan un par de kilos…

Como ves, la ansiedad no discrimina ni a gordas ni a flacas. Y tampoco se va cuando el espejo nos revela una imagen deseable, porque el problema no es el peso. Para liberarte de la ansiedad no necesariamente tienes que trabajar en tu aspecto físico – ¿acaso no llevas ya toda una vida chequeando tu imagen en el espejo, tratando dietas y programas de ejercicio nuevos, y todavía sientes esa inseguridad cuando ves una foto tuya o te miras en el reflejo de una vidriera? Entonces ya sabes que la estrategia de estar constantemente queriendo remodelar tu cuerpo no funciona.  Por eso es bueno preguntarnos, ¿si esta estrategia no funciona, por qué la seguimos haciendo?

Probablemente seguimos utilizando estas estrategias que no funcionan porque: (1) son las únicas estrategias que conocemos, (2) es a lo que estamos acostumbradas, y (3) es lo que los medios masivos y los avisos de productos de dieta y ejercicio quieren que creamos (¡compra este batido para adelgazar! ¡tíñete el pelo para parecer más delgada! ¡esta falda reduce tus curvas!).
A falta de conocimiento de otras alternativas, solemos caer en el hábito de seguir queriendo cambiar el cuerpo para quitarnos la ansiedad de encima – y seguimos teniendo el mismo resultado insatisfactorio.

La otra opción para trabajar la ansiedad no es la más conocida, pero al menos funciona (¡aunque sea a la larga y tengamos que tener paciencia!). Se trata de explorar nuestras emociones e identificar cuáles son nuestros miedos y creencias erróneas sobre imagen y alimentación. Cuando aceptamos este desafío y nos comprometemos a aceptarnos independientemente de nuestro peso, es que logramos salirnos de ese ciclo negativo de juzgarnos constantemente y vivir ansiosas. ¡Te invito a comenzar hoy tu jornada de liberación personal!
 

Guía para padres: adolescentes y alimentación desordenada

(Esta entrevista a Elisa Markhoff fue realizada recientemente para la publicación Ser Familia del diario El País. La copiamos aquí en su totalidad pues el suplemento no tiene página web, y creemos que muchos padres pueden beneficiar de ella.)

¿Es lo mismo decir “trastorno alimenticio” que “desorden”?

EM: De forma clásica, se ha utilizado la terminología separando el “trastorno” del “desorden”: “trastorno” se utilizaba más que nada para la alimentación desordenada (como ser atracones y dietas crónicas),  y “desorden” se reservaba para la bulimia y la anorexia. Existen muchos factores por los cuales se ha intentado mantener esta división, por ejemplo, en algunos países no todos los profesionales pueden trabajar con pacientes que padezcan “desórdenes”, hay temas legales y de medicación.

Pero el entendimiento sobre trastornos y desórdenes alimenticios ha aumentado,  y hoy por hoy se sabe que todos los problemas alimenticios son serios, y que cada vez nos encontramos con más casos que incluyen síntomas de transtornos y desórdenes. Se trata de la gama de alimentación problemática que se denomina EDNOS (Eating Disorders Not Otherwise Specified, en español se traduciría como DANOS Desórdenes Alimenticios NO EspecíficoS).

¿Cuáles son los trastornos alimenticios más comunes en la adolescencia?

EM: El primer trastorno (que lamentablemente la mayoría de los padres no lo reconoce como tal) es comenzar a hacer dieta. Muchos casos de bulimia y anorexia se relacionan a dietas hipocalóricas, no necesariamente están relacionados a traumas de la infancia ni a familias disfuncionales, como se creía hace varios años.

En la adolescencia observamos los mismos trastornos que en otras etapas: las dietas crónicas, los atracones, la anorexia y la bulimia están presente cada vez a edades más jóvenes. Antes, la edad típica para identificar un primer caso de anroexia eran los 15 años, hoy por hoy estamos tratando niños de 10 años o menos.

¿Qué factores influyen en que un adolescente presente un trastorno alimenticio?

EM: Como mencionáramos antes, las dietas son un factor importantísimo. Es que a nivel social, una dieta puede representar (especialmente para las chicas) un rito de pasaje: ya no somos niñas, ya tenemos curvas y podemos hacer nuestra primer dieta. Como padres, tenemos que prestar mucha atención a este comportamiento. Yo siempre digo que los papás nos alarmamos si nuestros hijos fuman o toman, pero si hacen dieta no intervenimos: es más, a veces nos alegramos, sobre todo si nuestros hijos eran percibidos como “rellenitos”.

Existen  muchos otros factores, desde el entorno hasta la personalidad. Por ejemplo, sabemos que dentro de las chicas que padecen bulimia y anorexia hay tendencia al perfeccionismo, que son personas muy inteligentes, y que tiende a haber una desconexión entre intelecto y cuerpo. Esto es a rasgos muy generales, antes se creía que los desórdenes alimenticios eran exclusivos de “gente bien”, pero no es así, una persona de cualquier etnia y estrato social puede presentarlos.

¿Las mujeres tienden a padecerlos más?

EM: Sí, por lo general el número de mujeres es el doble, aunque cada vez hay más casos de hombres (y niños).

¿Un trastorno alimenticio siempre trae consigo la pérdida de peso? ¿Qué otras complicaciones conlleva?

EM: No, un trastorno alimenticio no siempre trae consigo una pérdida drástica de peso. La bulimia, por ejemplo, es percibida por varias adolescentes como un “sistema” para comer sin aumentar de peso. La salud se deteriora, pero no necesariamente observamos aumento ni pérdida de peso. Por eso es tan importante el rol de los padres, ellos conocen a sus hijos y son por lo general los primeros en detectar que algo está mal, aunque tal vez no se den cuenta qué.

Dependiendo del trastorno alimenticio vamos a ver una u otra complicación: problemas digestivos y de absorción de macro y micro nutrientes, desbalance de electrolitos y cardiopatía, fatiga, depresión, obesidad… la lista es muy larga.

¿Qué signos sirven de indicadores a los padres en esa situación? ¿Cómo deben actuar?

EM: El rol de los padres es fundamental, porque como dijimos son quienes conocen a sus hijos mejor, saben lo que es normal para su hijo y lo que “es raro”. Aparte de la fluctuación en peso, que es el indicador obvio, los padres tienen que prestar atención a:

cambios en estados de ánimo (irritabilidad excesiva, mal humor, etc, que pueden ser síntomas de desbalances hormonales y malnutrición)

comportamientos erráticos, especialmente prestar atención al aislamiento: el adolescente que quiere comer a destiempo de la familia, que se encierra por demasiado tiempo en el baño, que empieza a evitar contacto social, aunque no de manera drástica.

¡Y por supuesto a las dietas!

En cuanto a cómo actuar, confrontar al adolescente no es siempre la mejor opción. Yo sugiero hablar el tema con el pedíatra, quien nos puede guiar sobre qué tipo de apoyo buscar. Lamentablemente las consultas al doctor suelen ser más bien cortas, y no todos los doctores tienen entrenamiento extensivo en esta área. Por eso si los padres sienten que algo está mal y por algún motivo no logran el apoyo médico, sugiero  que busquen una segunda opinión o que consulten a asociaciones sobre tarstornos alimenticios. Es siempre preferible a que no hagan nada y esperen a que “a mi hija se le pase esta fase”.

¿Cuánto influye el entorno social del adolescente en los trastornos alimenticios? ¿Cuánto influye la familia?

EM: El entorno es crucial, tanto para el desarrollo del trastorno (por ejemplo, la presión social por estar flaca) como para su resolución. En especial el rol de la familia es fundamental. Hoy por hoy los tratamientos que dan mejores resultados son aquellos en los cuales se involucra a toda la familia, incluso al punto de evitar hospitalizaciones (por ej el Family Based Program del Reino Unido; el Maudsley Method).

¿Cómo es un tratamiento? ¿Qué cuidados hay que tener luego de finalizado (si es que finaliza en algún momento)?

EM: El tratamiento dependerá de muchísimos factores: edad, grado de desorden alimenticio, entorno, etc. En el caso de la anorexia el aumento de peso es imperativo, pero en el caso de la bulimia el peso no es necesariamente un factor importante, y en el caso de atracones (binges, en inglés) hay sobrepeso: o sea, cada trastorno presenta su propia gama de desafíos.

A grandes rasgos podemos decir que si el trastorno es reciente (o sea, lo hemos descubierto apenas comienza) las probabilidades de recuperación son altas. Normalmente el tratamiento incluye todo un equipo profesional: no sólo necesitamos controlar con el doctor, sino también necesitamos un seguimiento de nutrición, el apoyo de un terapeuta para el adolescente y para la familia (por lo general en sesiones separadas, siendo el tratamiento del joven mucho más intensivo puesto que hay que lograr cambios de conducta). Y dependiendo del caso habrá o no medicación u hospitalización.

Para finalizar quiero recalcar que el proceso de recuperación no es lineal, sino que puede ser cíclico, especialmente si el trastorno no ha sido resuelto de raíz: hay mejorías y recaídas, y como padres tenemos que estar siempre atentos y brindar apoyo y cariño a nuestros hijos. Porque muchas veces la familia se agota, y siempre hay que recordar que estamos tratando con un adolescente que tiene un problema, y la meta es ayudarlo, no criticarlo o estigmatizarlo.